Dueño de la casa, un gato siamés paseaba con la gracia y la presencia de una escultura recién descubierta, meneando su cuerpo horizontal y verticalmente, con los ojos puestos en todo, poniendo a prueba sus siete vidas, y a la gravedad desafiando.
Recorría los límites y los iba ampliando, subía, bajaba, esperaba, brincaba sin avisar y volvía a esperar. Sigiloso, astuto, lento, con una paciencia que parecía inteligencia, con una inteligencia que ocultaba en sus ojos y mostraba disimulando cada vez que caía.
Pero fue hoy el día en que encontró una puerta, justo en el medio de la pared más grande de la sala, y junto a ella a un pequeño ratón en actitud de meditación.
– Soy el rey de la caza, dijo el gato – ¿Cómo te llamas? ¿Por qué no has huido?
– Mi nombre es Malsi.
– ¡Qué extraño nombre para un ratón!
– ¿Acaso he preguntado por tu nombre?
– No seas insolente – dijo el gato.
– Soy prudente, como quien tiene enemigos.
– ¿Qué haces fuera de tu guarida? ¿No ves lo fácil que es para mí cazarte? ¿Por qué no has entrado a tu casa?
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