Cuando desperté tenía toda la sensación de haber estado en un sueño, en uno raro y hermoso.
La olas del mar se oían a lo lejos, luego cerca, luego más cerca, luego muy cerca, luego estallaban en mi oreja las dulces palabras de una vieja, que hablaba en lengua extraña, y me volvió la sensación lejana y luego cercana del mar y la ola, la ola y la arena, la arena en la oreja, y una media vieja, y un poncho de lana, que en media mirada llegaba a mi oreja; como susurradas:
– Iguásen Adrím. Me dijo la vieja.
– Yo no sé quién soy, le dije a la anciana.